Y todo vuelve a la normalidad

Escribe
Marco Tulio Monzón

Pasò la Cuaresma, terminó la Semana Santa y llegó el Domingo de Resurrección, el dìa de las tristes procesiones festivas de Jesús Resucitado.  Aquellas a donde ya no asisten las personas que quedaron «cansadas» de las grandes jornadas de Jueves y Viernes Santo.en donde ya no se miran las tres o cinco cuadras de cucuruchos que anteceden el paso de las andas.

Estas pequeñas procesiones sin protocolos, sin uniformes, sin largas filas, y que sin embargo representan ese gran remate, la guinda en el pastel, -muy coloquial- el broche de oro de la Semana Santa.  Igual que la vigilia pascual, con una asistencia menos masiva. 

Lunes de nuevo a la rutina, al trabajo, a los comentarios de lo que quedó de la Semana Mayor, de las procesiones, de los problemas de las andas, de los retrasos de horarios, de los adornos más bonitos, del paseo a la playa, a la finca de la familia, al grupo que se aventuró al puerto o a otro lugar.

Terminò la Semana Santa de los católicos, aprovechadas por todo mundo, y de nuevo volvemos a los problemas del trabajo, de los estudios, de las madrugadas para llegar a tiempo al taller, la oficina, de amanecer en la carretera, de resolver los problemas de fin de mes porque no alcanza el sueldo, de ver qué va a pasar con el gobierno, con la corrupción, con la desatención, y siempre indignados pero indiferentes a proponer un cambio positivo. 

Pasó la Semana Santa, Jesús hizo «mutis», se cerró el telón espiritual, y salimos de nuevo a las calles a vivir nuestra cotidianidad, nuestro conformismo, nuestra segura «neutralidad» y a esperar que otros resuelvan nuestros grandes problemas de nación.